Salvador María es una localidad del Partido de Lobos, Provincia de
Buenos Aires, Argentina. Se encuentra 18 kilómetros de la ciudad de Lobos, y a
5 kilómetros de Villa Loguercio (Laguna de Lobos).
La estación Salvador María fue inaugurada en 1884 por la compañía
Ferrocarril del Sud. Según el Manual de
Estaciones de 1958 pertenecía al Ramal Empalme Lobos – Saladillo del
Ferrocarril General Belgrano. Estaba habilitada para pasajeros,
encomiendas, hacienda telégrafo y carga.
Hoy es una intermedia del suspendido servicio del Ferrocarril Roca que unía
Constitución con Gral Alvear y Saladillo. El nomenclador recuerda a Salvador
María del Carril.
El pueblo tiene menos de mil habitantes y en los últimos años el
pueblo ha tenido un cierto crecimiento inmobiliario. De esto dan fe las nuevas
construcciones y los trabajos para ampliar el Colegio Secundario de la localidad.
Son muy conocidos sus carnavales, que convocan una importante cantidad de
pobladores locales y vecinos de pueblos cercanos. La salida de la estación, que
no está en buenas condiciones, da a un boulevard asfaltado de seis cuadras que
termina en la Iglesia y reúne la mayor vida comercial del lugar. Cercano al
pueblo se encuentra un bañado, donde nace un pequeño arroyo que desemboca en la
Laguna de Lobos.
Salvador María del Carril nació en 1789 en la hoy provincia de San
Juan. Estudió leyes en la Universidad de San Carlos en Córdoba, donde se
doctoró en 1816, de la mano de su mentor, el Dean Funes. Gobernador de San Juan
en 1823 fue depuesto por un sector de la población, disgustada con la
promulgación de la Carta de Mayo, la
primera constitución provincial, que se inspiraba en el ideario liberal estadounidense.
Incluía la libertad de cultos, medida progresista pero inútil, ya que en San
Juan eran muy pocos los que no profesaban el catolicismo. También incluía
algunas disposiciones francamente retrógradas: no cambiaba el estatus jurídico
de los esclavos ya existentes, limitaba el ejercicio de la libertad de expresión
y establecía una especie de voto calificado.
Otra medida controvertida de su gobierno fue la decisión de cerrar los
conventos, que en esa época tenían gran utilidad como escuelas.
Depuesto por una revolución, gracias al auxilio del gobernador de Mendoza
volvió al cargo. Pero por poco tiempo, ya que se mudó a Buenos Aires para ser
el ministro de Hacienda de Rivadavia. Bien podría decirse que toda su obra
apuntó a facilitar las ganancias de los “amigos del poder”. Cualquier semejanza
con la actualidad…Algunas medidas muestran su exitosa gestión:
-
Promovió la Ley de Consolidación de la Deuda,
que hacía de todos los bienes naturales del Estado aval del empréstito con la
casa inglesa Baring Brothers y
-
Fue autor de la Ley de curso obligatorio del
papel moneda y la convertibilidad del mismo en metales preciosos, descripta por
Vicente F. López como la mas absurda implementada en país alguno. Pronto los
lingotes de oro y plata que constituían las reservas del Estado pasaron a manos
de poderosos comerciantes. Por esto los integrantes del Partido Federal lo
apodaron “doctor Lingotes”
-
Además facilitó y prohijó la conformación de la
Compañía de Minas, de capitales extranjeros, retaceó fondos a las tropas que
peleaban contra el Brasil, desvió fondos para solventar revoluciones unitarias
y apenas se enteró de la renuncia de Rivadavia, libró numerosas órdenes de pago,
con la intención de comprometer al siguiente gobierno.
Dorrego cuestionó públicamente el plan económico y los negociados de
Del Carril y Rivadavia. Por eso no resulta extraña su destacadísima
participación en el asesinato (fusilamiento) de Dorrego. Fue uno de los
instigadores mas siniestros, ya que demostró plena conciencia de lo injusto de
la determinación que él mismo recomendaba. La carta que dirigió a Lavalle
finalizaba con la solicitud de que la quemara, probablemente para escapar del
juicio de la historia. Pero Lavalle no la quemó, dejándolo expuesto y cercana
su muerte, vio como esos documentos fueron publicados por el diario La Nación. Se
le adjudica una frase francamente esclarecedora, usada para justificar sus
acciones: “si es necesario mentir a la posteridad, se miente”.
El acceso de Rosas al poder no fue una buena noticia y Del Carril,
amigos y familiares huyeron lo mas rápido que pudieron hacia Uruguay. Protegido
por Rivera, participó de todas las acciones de la campaña contra Rosas. La urgente salida le permitió llevarse poco
mas que lo puesto, así que su economía no se presentaba floreciente. Pero a
pesar de esta situación, y de ser ya un cuarentón, se dio tiempo para encontrar
una esposa de diecisiete años. Se casó en Mercedes, Uruguay el 28 de septiembre
de 1831, con Tiburcia Domínguez. Tuvieron siete hijos y sufrieron cierta
precariedad económica
Caseros lo devolvió a los primeros planos. Sin Rosas, este ex unitario
recalcitrante se acercó a Urquiza, con quien lo unía un interés superior:
enriquecerse cueste lo que cueste. Primero legislador, luego constituyente,
vicepresidente de Urquiza y al final de su carrera política obtuvo una
“jubilación honrosa y rentable” como miembro de la Corte Suprema de Justicia.
Se convirtió en latifundista de General Alvear: así como Urquiza tenía una
estancia llamada La Paulina, Salvador María tenía Polvaredas, La Porteña y San
Justo entre otras.
Pero la afinidad con Urquiza no era total: mientras el entrerriano era
amigo de los lujos y las mujeres, Del Carril era sumamente medido en sus gastos,
mas bien tacaño. Ahí comenzaron los problemas con su mujer: desde su óptica, la
dama gastaba más de lo que debía. Compraba vestidos de moda, joyas y perfumes
caros. Cómo la prédica del marido no
tuvo éxito, pasó a la acción: en 1862 publicó en los diarios de Buenos Aires la
siguiente nota:
“No me haré responsable del pago de nuevas deudas de la señora, y
solicito se le suspenda definitivamente el crédito”. Firmado Salvador María del
Carril.
No es difícil imaginar el escandalete que se armó dentro de la alta
sociedad porteña, y como la situación abochornó a Tiburcia. A tal punto se
enojó que prometió no volver a dirigirle la palabra, promesa que mantuvo
durante mas de veinte años, hasta la muerte de su marido, en 1883. Cuentan que
cuando se enteró, Tiburcia sólo preguntó la cantidad de dinero que había
dejado. Y a partir de ese momento, luego de repartir la herencia con sus hijos, se dedicó a gastar sin culpas.
Pero, y tomen nota aquellos que no temen pelear con sus esposas, algunas mujeres no tienen límites para concretar su venganza. Doña Tiburcia, amorosa abuela y dulce madre, resultó inflexible con Salvador María. En su testamento dejó expresas indicaciones para que su monumento en el mausoleo del Cementerio de Recoleta se colocara de espaldas al de su esposo: “No quiero mirar en la misma dirección
que mi marido por toda la eternidad…”